A las tres de la madrugada, hora del elixir, descorrí el velo del ventanal de mi alcoba.
¡Ansias infinitas tiene el espíritu en oír los sonidos del silencio y el llamado del alma universal!
Hilando delgado, caminé por la escalera misteriosa que ata su cordón a mi ventana, y conecta su esencia con el aura celestial. En la cúspide de la misma, y en compañía de Micifuz, mi hermoso gato blanco y la Mirla encantada de mi jardín florecido, contemplamos la magnificencia del firmamento en su sacra integridad.
Casi sin inmutarnos, grabó nuestro ser, el amor que aún brota entre las almas buenas enlazando sus destinos. Las aguas cristalinas que vivifican la tierra y el aire gestor de vida de quienes la habitan. La magia perenne y bella que vivifica cual fuerza viva en las fibras del corazón, y el latido de los sentidos en atención a su clamor.
La bóveda celestial a nuestros ojos ofreció su resplandor y una gota de rocío en mis pechos declinó.
Más allá, una hebra casi que imperceptible, con sus brazos extendidos, clama desde el planeta justicia a su dolor.
Las lágrimas como sed de conmiseración no se hicieron esperar. La Mirla declinó sus alas y el gato halo mi túnica. Mis manos de hielo se cubrieron y una lágrima cayó de mis pupilas.
¿¡Cómo puede el alma humana pasar impávida ante la atrocidad que hoy cubre la tierra!? El dolor, la sangre y la muerte visten la mejor de sus galas y las almas que se dicen nobles, dan la espalda.
¡Pesa la desidia
Ante el dolor ajeno!
¡Pesa la maldad
A los animales, a la vida
Al hombre, a la tierra!
¡Pesa la atrocidad al planeta
En su completitud!
¡Pesa la miseria del alma humana!
Luz Marina Méndez Carrillo/22082019/Derechos de autor reservados.
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