Al atravesar el patio y llegar a la puerta de la cocina, sentí, que el vacío en el corazón de la pared, me hacía un llamado, que más que este, era una alarma, un grito, un llanto.
¡Mira! Me decía con sus ojos de arcilla y cemento y su vestido de pintura blanca y rojo purpúreo. ¡Date prisa! El cuadro de tus padres lo han retirado, quizás, lanzado a la basura. ¡Ve, corre y tráelo! Falta hace a mi sangre inmóvil, a mis ajados latidos, a mis sentidos de arena. Su sombra es mi abrigo…
Y vi, que una lágrima de arcilla y cemento, cayó triste sobre el viejo baldosín que lleva años sin ser cambiado. El mismo, que dejaron los padres. Ese que fueron acomodando a medida que pasaba el tiempo, con baldosas de diversos colores, como si con ello, dibujaran sobre el patio de la casona, el dolor y color de su propia alma, a través de un extraño juego de ajedrez.
"Luego, un silencio, que más que silencio, era un hueco en mi corazón"
Yo también sentí dolor. Ese dolor que deja la estela de la muerte cuando un ser querido va por el camino sin retorno. Esa angustia en el alma que se hace presente cada vez que se recuerdan. Y que al poner nuevamente los dedos en ese tinglado, el alma se sacude, se estremece; nos dice con un grito silencioso, un grito que parte en pedazos la existencia, que nunca se fueron, que están ahí, en el corazón de aquellos que amaron y de quienes aún les aman.
Lo tomé en mis manos, retirando el polvo que lo cubría, y miré en el rostro de mis progenitores, la juventud y belleza detenida en el tiempo, esa, que al igual que el recuerdo, queda adherida a un lienzo, o a una arrugada y amarillenta hoja de papel, como extraño sortilegio.
¡Y la mirada entrabó el misterio de la muerte!
El iris de sus pupilas, señalan como aguja de brújula, el camino que igual nos espera, y con ello manifiestan, que aún nos vigilan, que no somos libres, que su corazón permanece atado al nuestro, y viceversa.
Al subir y bajar la escalera, están ahí; quietos, inmóviles, con la extraña severidad en su rostro y la dulce sonrisa en sus labios.
El espacio en la pared, fue llenado con un cuadro que se ajusta al vaivén de las horas, una pintura de autor desconocido, que más que sombra, es un abrigo que resguarda la pared.
*
Frente a mi escritorio y viendo una fotografía de la belleza de mis días, casi que al instante, el espíritu me hála sin conmiseración, y en etapa retrospectiva, hacia un tiempo y espacio ya diluido dentro de las yemas de los dedos de mis manos.
Me veo radiante y agraciada adolescente. El mundo a mis pies y yo sobre él. ¡Qué maravilla!
¡La vida extraña es! Cada quien sigue un sendero desconocido, pero cual acto de magia, resultamos unidos, formando lo que el hombre conoce como familia, la cual denomino “misteriosos y enigmáticos lazos de sangre”
Un día, cuando estos pies no pisen la tierra y sus pasos no dejen huella, mi retoño y los suyos, contemplarán con los ojos del alma, el amor que hoy les tengo, y que atara por miles de generaciones en “misteriosos y enigmáticos lazos de sangre” nuestros corazones, al igual que un ramillete de amor y esperanzas, agitando su sangre dentro de sí, o quizás, en contemplación de un cuadro colgado en la pared.
*
Y el transcurrir de las horas
Todo lo diluye
el recuerdo, la vida,
los sueños
Las huellas, el aroma, los besos
La sangre en la furia del mar
Y la luz bajo la sombra
Y el transcurrir de las horas
Todo lo transmuta
tomando la forma del orbe.
Bebiendo la sed de la tierra
Luz marina Méndez Carrillo/31102019/Derechos de autor reservados.
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