Al despedir Valeria a su último cliente, vino mi. TÃmido e inocente, le hice un sitio a mis espaldas. La sangre agitaba en mis venas y sus pupilas señalaban el camino del abismo.
¡Lumbre prohibida!
¡Muerte del alma!
Hastiados de soledad, nos zambullimos sin conmiseración en cada gota de licor. En cada lamento del corazón. La intensidad de sus labios carnosos y pechos voluminosos me hicieron ver las estrellas.
Y hoy, heme aquÃ, incorpóreo e imperceptible, lejos de la tierra y cerca del infierno.