
Con la mirada en la profundidad del alma, en el epicentro del corazón, subí por las mágicas arandelas del hilo imperceptible que los ata al infinito, y al rozar con mis alas sus túneles misteriosos, entendí, debía volver.
De soslayo y de la mano del viento e incredulidad del camino, deambule cuesta abajo.
Y entonces, un haz de fuego quemo mis entrañas.
Los blancos ataúdes en el socavón de mi existencia, de lo que nunca fue, y aquello que al nacer murió, por estéril, por marchito, por maldito, yacen incólumes, impidiendo mis pasos, trastocando mis sueños.
Sosteniéndome y presa de un hilarante escepticismo, comprendí, que la altura de mis sueños no se halla en esta tierra y que el límite de aquellos no es nadie más que yo.
Con amor e infinita ternura desgaje del libro sacro de mis anhelos, una hoja blanca interlineada, en aras de quemar, de extirpar por siempre lo infructífero, lo marchito, saneando el sendero, bendiciendo mí camino.
En aquella página he dejado escrita, una palabra de infinita ternura, hacia mi alma muerta, mi corazón yerto.
Amor
Nada más que una rosa en mis manos
Y una gota de miel en mis labios
Extiende en la infinitud del orbe
Ola de azucenas y radiantes alelíes
Nada más que una flecha en mi corazón,
Traspasa indudable el tuyo, sin la mínima conmiseración
Brotando ipso facto la gota de sangre que marca indeleble
La estrella en la frente que gime latente
Aunque no me oigas, aunque no me veas
¡Mírame!
¡Bebiendo de la fuente seca
Y el árido desierto!
¡Esperando en la puerta sellada
Con siete candados!
¡Ansiando las campanadas
De un templo quebrado!
¡Heme aquí!
Llena de amor
Radiante de vida
Mis labios de un rojo purpúreo
Mis pechos de un dorado translúcido
Mi cintura de un blanco inocencia
Y mis sandalias, de un negro de muerte.
Luz Marina Méndez Carrillo/03112019/Derechos de autor reservados.
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