Iglesia de San Isidro
Al sur oriente de la llamada "Atenas Suramericana "se levanta casi que imperceptible, a pesar de su privilegiada ubicación, una Iglesia. Guarda en su interior, delicadeza y belleza. Posee un atrio generoso. Antiguamente, gente de la zona, representaba en vivo las escenas del calvario. La humanidad avanzó, dejando el atrio y teatro, en el olvido.
Un día, cuando el sol pintaba exactamente en el cenit, sobre la vía que colinda con dicha iglesia, un manto blanco cubrió la acera, envolviendo en sus fauces, el alma de un pequeño, que agónico y silencioso, partía sin despedirse, rumbo a la eternidad. ¡Le vi morir, bajo las llantas de un pesado camión! ¡Segundos se hicieron horas!
Ciento ochenta grados dio la vida, a quienes infortunadamente, envolvió nuestras pupilas en aquella escena de horror y muerte.
Los nervios se hicieron trizas y un dolor amargo cubrió el corazón. Dicho veneno, místico y agrio a la vez, lo bebimos sin percatarnos. ¡Era su día! ¡Era el nuestro!
El silencio y dolor de aquel momento me ha seguido desde entonces. Un frío heló mi sangre, y un gran vacío anido por siempre en el alma. ¡Cuán innumerables son los caminos que hemos de transitar! ¡Cuanta sabiduría alberga al unísono la vida y la muerte!
Así como en el alma anidan gozo y la alegría, se hace necesario el ápice del dolor. El paladar de la existencia ha de beber de la copa de la intranquilidad, la debilidad, el dolor y sus miedos.
Tan delicados estados, enseñan a valorar la vida. A dar a la misma su verdadero sentido. Es quizás, otra manera misteriosa de amar. Ya que nuestros ojos van dibujando día a día la esencia mística de la amargura y sus desventuras, y al unísono, dan valor a la existencia humana y a la naturaleza en su completitud. ¡El dolor es sanación, purificación, es ascensión! ¡El alma, sacia su necesidad!
¡Recuerdo los rostros desencajados y las manos atadas al tibio sudor de la impotencia! ¡Mujeres, testigos expectantes de aquella escena! Desde entonces, un manto de elucubraciones me ha perseguido. ¿Qué hay detrás de aquel silencio mortal al que llaman muerte?
¡Qué ironía! ¡La vida que nos cubre de rosas y diademas, en instantes, ata nuestro ser a crueles cadenas!
¡El alma teñida de innumerables sucesos se ha vuelto grande! ¡Se ha tejido de recuerdos, sueños y realidades! ¡Se ha hecho sensible!
Creación artística de la suscrita
Luz Marina Méndez Carrillo/25/03/22016/Derechos de autor reservados.
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