* Imagen de Café Poetas.
La vi vestida de novia. Un vestido blanco ajustado a su cuerpo regordete y un velo translúcido le cubría su rostro. Aun así, se podía mirar su tez blanca, la sonrisa hermosa y su larga cabellera trenzada.
Sin miedo y con tranquilidad pasmosa se metió en un ataúd color caoba. Le llamé y se negó a escuchar.
El tic tac del reloj repicó con fuerza señalando la hora matutina. La luz boreal difumino el velo onírico, circunscribiendo mi vida a la cruda realidad.
Mi blanca túnica lucia húmeda y de mis manos caían gotas frías. De manera automática, me serví un café, queso y tostadas. No podía borrar de mi mente aquella imagen. Alegre y sonriente la vería al llegar.
Tercie mi bolso y encaminé rumbo a la oficina. Mientras... Deambulo mi mente por extraños parajes, queriendo indagar, queriendo conocer su significado.
A pesar del miedo que ronda a la gente en la oficina, a mí no me toca. Mi jefe es un personaje tranquilo. Es su temperamento, pacífico como su andar. Todas las mañanas al llegar, coloca el saco en el espaldar de su silla, toma el teléfono y llama a sus grandes amigos, a sus clientes. Cuando no, lee el periódico, y en la tarde, devora literatura e historia.
Al subir las escaleras, nuevamente el sudor frío.
A través de la puerta de cristal, la veo sentada con el auricular en el oído. Sonríe y agita entre los dedos su lápiz labial. La saludo y me dirijo al escritorio. El día transcurre en relativa calma. Al atardecer, caminamos juntas en el parque. Hablamos de cosas de mujeres, de hombres, de amores. ¡Y dentro de mí el infierno aquel!
Las horas pasan y se pinta en el firmamento el crepúsculo nocturnal.
Me encanta leer, me gusta el misterio, la magia, la vida. Amo la literatura, la poesía, y a la noche, bebo del manantial infatigable de sus versos. Mi condición de madre, no obsta, para mi gratificación intelectual.
La fuente sacra del misterio, en el camino onírico de la esperanza, responde sin más, a mis interrogantes. Hay sueños que se escapan entre mis dedos, y hay otros, que no lo son, por ende, su visión extiende ante mis ojos, el hilo misterioso del actor que me visita en sueños. En consecuencia, siento miedo, tristeza e incapacidad perenne.
Ocho lunas pasaron con sus radiantes soles, y quise hablar, quise contarle aquella dama la extraña visión.
Al compás de una bebida aromatizante, manifesté:
– ¡Amiga! Estas noches soñé contigo. Era un sueño extraño, tan extraño, que te vi vestida de novia ingresando en un ataúd. El silencio se hizo extenso. Le miré su rostro más blanco del acostumbrado. Ella, compañera de oficina, conocía de mis aciertos.
El mes llega a su fenecimiento. Sentada, observando a través del amplio ventanal, palpo la soledad hecha mármol. Desconozco la razón.
El teléfono en su agitar, se escucha varias veces, descuelgo el auricular y nadie responde. El entrecejo se frunce y el corazón siente desolación.
¡La bóveda celeste extiende su manto, tachonado el firmamento de luceros!
Ya en mi lecho. ¡Un hálito horadó mi estómago! ¡Un suspiro hecho eternidad! Su padre ha sido asesinado, y ella, se debate en las aguas profundas de una cruel desolación.
- No vociferé palabra alguna. Mientras... ¡Una lágrima hecha sangre rodó por mis mejillas!
LuzMarinaMéndezCarrillo/29/05/2016/Derechos de autor reservados.
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