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Bondad
¡Pináculo del alma!
Imperceptiblde y misteriosa
Divina inclinación
Rayo de luz
¡Cenáculo de amor!
Colocó sobre su cuerpo la bata blanca, en el bolsillo izquierdo el carné, y en su cuello, el estetoscopio.
El viento se hacía imposible, desordenando su hermosa cabellera. Sus grandes ojos verdes zigzagueaban cada rincón por donde circulaba. Al verla ingresar por la puerta principal, el centinela saludó levantando su mano derecha. La mañana se teñía de un azul intenso y la luna observaba meditabundo y quieta.
Eran las nueve de la mañana, una hora antes del ingreso del personal médico. Sus pasos la guiaron a la sala de urgencia. Acomodó su diminuto bolígrafo observando con detenimiento el rostro de los heridos. La enfermera miraba con atención. Previa anotación, y en el más absorto de los silencios, segundos después, salió del lugar.
A medida que avanzaba, el pasillo se hacía estrecho, pudo escuchar sin dificultad, los lamentos y sonidos en la cámara mortuoria. La escasa luz favorecía el momento.
En dirección a la salida, sus manos deslizaban gruesas gotas de sudor frío. Sus pupilas se agrandaron y el iris de sus ojos pesaba más de lo acostumbrado. Su rostro revestía de una palidez extraña y cierta iridiscencia la envolvía.
*
Bajó presuroso las escaleras. Las llaves del auto entre sus dedos y el escapulario al pecho. La música suave elevaba su pensamiento. Ojeó el celular varias veces en busca de mensajes sin hallar respuesta.
Manejaba por la avenida sexta rumbo a la circunvalar. Alrededor de las 10.40 de la mañana, un camión pequeño, de carga, chocó contra su vehículo, que conducía a baja velocidad.
La fiebre lo sacó de su mutismo deambulando por caminos inimaginables. Vio con claridad meridiana la línea de su destino y porque el timón de su vida encauzaba por dicha senda.
Dolía todo su ser. Especialmente los brazos fracturados, laceraciones en rostro y pecho, dificultaban su respiración. Totalmente inmovilizado en la sala de urgencia, el dolor se hacía insoportable.
De pronto, una mano delicada se posó sobre su pecho, procediendo a revisar las heridas en su integridad corporal. Vio en el acto, una médica de aspecto joven. Llevaba puesto el pijama quirúrgico, el cubre bocas y el atuendo protector. ¡Lista para ingreso al quirófano!
Llamó su atención la intensidad de sus grandes ojos verdes, que a pesar del dolor, pudo identificar similitud con aquellos que guardaba dentro de su alma. Al retirar la delicada mano del corazón, cesó todo dolor, cayendo en un sueño profundo similar al de la muerte.
Fueron quince días en cuidados intensivos, iniciando al fin el camino de recuperación.
En plena lucidez, indago sobre la médica de hermosos ojos verdes, que al compás de su tacto, sanó su corazón, sanó su cuerpo.
Nadie dio razón. No se conocía en ésa clínica médica de tales características.
La bondad, como pináculo del alma humana, une la tierra con el cielo y viceversa. Por ende, no hay ruptura entre las almas cuyo amor fraterno las une. No existen barreras entre ellas, en vida, menos, más allá de las estrellas.
Su hermana fallecida años atrás, tomó nuevamente su equipo médico para ingresar por la puerta principal de dicha clínica, y a la vista de todos, curar por la bondad del corazón, por la unión de las almas en cuyas fibras reposa el cenáculo de la sanación, a su hermano querido, a su hermano del alma.
Imagen tomada de maquillaje Gotas de mar .
Luz Marina Méndez Carrillo/ 02062019/Derechos de autor reservados.
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