Y esa mañana, imaginé cómo sería la noche.
Eran las tres de la madrugada, la luna clareaba como si fuera día y el rocío nocturnal deslizaba sobre los vidrios de mi ventana. La inquietud no dejaba conciliar el sueño.
Opté por la práctica universitaria los fines de semana, veinticuatro horas seguidas sin dormir, en una unidad de reacción inmediata en Bogotá.
La imaginación no alcanzó a dilucidar, lo tatuada que quedó mi alma aquellas noches.
Llegue a las ocho de la mañana a dichas oficinas, con la carta que me autorizaba. Suponía, me encontraría mi compañero de universidad, aquel que no me abandonaba instante alguno. Se había adelantado, y por ende, cumplía funciones. Lo curioso, la amistad que pregonaba, la lanzó al bote de la basura. Ni para saludar dirigió la mirada.
Los sinsabores de la vida cristalizaron. ¡Supo a mierda dicha situación!
El día relativamente normal, pero la noche, la noche es noche y lo es aún más, en dichos lugares.
A lo largo de la tarde repicó el teléfono varias veces, informando decesos. Se tomó atenta nota.
Al fenecer del crepusculo noctural, el frío era tenaz, me pesaban las piernas y el ritmo del corazón aceleró. Escuche aullidos de perros y quise indagar. En efecto, cuatro mastines rottweiler recorrían un espacio pequeño, muy inquietos. Tenían bozal y gruesas cadenas se miraban adheridas a la pared. ¡Sentí pavor de esos animales!
Hacia las nueve de la noche se oyó una voz. ¡Listos, a las diez sale el fiscal!
Personal de policía judicial, fiscal, médico forense, auxiliares, etc., abordamos las camionetas.
En las calles vacías y tenebrosas avanzan a gran velocidad. En otras, se miran los abandonados, los tristes, los que sobran, los sin rostro. Aquellos cuya existencia la sociedad en su indolencia señala, y otros, en su fútil desprecio, les llaman indigentes, y quienes aún más allá, exponiendo el talante de su alma, les dicen, desechables. Su verdadero rostro ha desaparecido, lo absorbió la descomposición moral de una sociedad en decadencia. Hastiados y revueltos en la más vil de las miserias. ¡Seres cuya mirada refleja la existencia del inframundo!
A unos pasos, gatos, que como fantasmas sus ojos brillan en la oscuridad y en la aureola de su inquietud, no pierden detalle alguno de lo acontecido, ratas que pasan a velocidad vertiginosa la avenida, desapareciendo en lo que parece un recuerdo de lo que fue en sus mejores tiempos, una casona.
En el lugar de los hechos, se acordona e inspecciona el área y se embala técnicamente el cadáver, previa inspección, siguiendo procedimientos legales.
Hombres, mujeres, adolescentes que han dejado el hilo de sus vidas atrapado en una hora infortunada, o quienes desafiando la muerte, caen en sus poderosas garras.
Lamentos, dolor, desgarro de los sentidos, impotencia ante un estado de derecho cuyo eje fundamental es la protección de la vida humana, lo cual no cumple, pues la corrupción todo lo permea; lo cotidiano en esas escenas dolorosas.
Esos momentos tan fúnebres, nos hacen mirar la vida sin esperanza y a la vez con regocijo. La fortuna de tener familia, un lugar donde pernoctar, trabajo, estudio, permite que en medio del dolor de quienes sufren la pérdida de un ser querido, nos sintamos privilegiados.
El frío atenazador, el estar tan cerca de la muerte, el hielo de los cadáveres, el llanto de quienes los lloran, la inseguridad de la noche, el peligro que deambula camuflado en todo lugar, los adolescentes violentados, generaron gran temor en mi vida, cambiando definitivamente, el color de mi alma ignota.
* Imagen tomada del muro de Camilo XR correspondiente a la obra "Southwestern Bedroom" del autor Steve Hanks, pintor norteamericano, que se distingue por su realismo.
Luz Marina Méndez Carrillo/19052019/Derechos de autor reservados.
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