Señalando el firmamento, enseñaba al más joven de los presentes, el misterio que encierra la bóveda celeste. Ceñía sobre su cabeza, un turbante de color negro, con broche en el centro, en oro y borde blanco. Este broche, llevaba incrustado un signo extraño, el cual, florecía al compás de sus enseñanzas, emitiendo rayos luminosos. Dicha cofia, constaba de siete vueltas que adornaba la sabiduría del alma del mago. Lucía túnica blanca de mangas anchas con borde dorado, que llegaba a sus tobillos. Los tres hombres que le acompañaban, vestían chalina y túnica blanca. Los cuatro, calzaban sandalias doradas.
Muy cerca, se miraban los hermosos castillos de arcilla donde habitaba la familia del mago, cuya eje principal era su querida y adorada hija y un bebe de meses de nacido.
La nena, con siete años de edad, daba vueltas alrededor de su padre y los acompañantes, escuchando la sabiduría que éste impartía a los presentes. Jugaba con la arena en el piso, dibujando signos ininteligibles. De pronto, el padre reparó en ella y pasó su mano derecha sobre la flor de mil pétalos de la niña, vociferando en voz alta: “Mi hija, llevará incrustada en su frente y por todas sus reencarnaciones, la estrella misteriosa y sus poderes, que llevo en la mía ” Una aureola similar al arco iris rodeó a la pequeña por minutos, desencadenando en un espiral, que en últimas, dio forma a un hilo misterioso que conectaría su alma al cielo. De las manos del mago, se desprendió una nube blanca con visos azules la cual difumino en el aire.
En el centro, una gran mesa arqueada iluminaba el recital. Amplios ventanales semejaban arterias que unían la materia con la espiritualidad.
Delicados golpes se oyeron en el umbral. Un guía vestido de blanco, rebosando juventud, se hizo visible.
Hizo la venia agachando su cabeza en dirección al centro de la mesa, y sin más, depositó sobre la misma, el libro sagrado, y una jarra de vidrio cincelado y flores doradas, dejando caer sobre ésta, esferas luminosas cuyos colores difuminaba paz y sanación. Dando vuelta, desapareció.
El mago, que más parecía un rey, se hallaba sentado sobre la silla privilegiada de la mesa. En silencio y con los ojos cerrados, permaneció por más de una hora. Oraba en completo hermetismo a un Dios que pocos conocían. Nunca inclinó sus rodillas a estatuas terrenales. A cabalidad sabía de la sabiduría del espíritu y sus ramificaciones.
Una joven, de tez morena, cabello negro y bordeaba su cintura. Ceñía en su cabeza una cinta blanca trenzada, de diademas y pétalos de diversos colores. Era delgada e inmensamente linda. Su cuerpo soportaba un diminuto sujetador de azahares, y una túnica amarilla reluciente bifurcada en dos, colgaba de los hombros a los tobillos. Adherida a su cintura, delicada prenda blanca. Calzaba sandalias color café. No se comprendía, pues sus pies no tocaban el piso.
Abrochó al hombro izquierdo de su pequeña hija, la blanca túnica, y puso sobre la frente la cinta negra de blancas estrellas. Atravesó el largo pasillo en cuyas cortinas se hallaban impregnadas pequeñas mariposas y colibríes de diversos e intensos colores, llegando en silencio a la mesa arqueada, donde se hallaba su esposo, el Gran rey.
Tomados de la mano y en silencio, inclinaron su cabeza al firmamento. El mago, abrió el libro sagrado y una luz manó del mismo, iluminando todo, de manera especial, la cinta negra de blancas estrellas.
Sigue…
Imagen de Joya Life.
Luz Marina Méndez Carrillo/06062019/Derechos de autor reservados.
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