Con el arma desenfundada, presuroso y en extraño zigzag, recorrió el parqueadero sin ver absolutamente nada. La palidez de su rostro se hizo evidente y gotas frías caían sobre el pavimento. En un santiamén, recordó que en el auto había quedado el maletín herméticamente sellado, con el material probatorio de sus investigaciones, que mostraría a primera hora de la mañana, al señor Wesley Danilo, hijo de la dueña de la Mansión. Corrió en su dirección, quedando estupefacto, al ver las llaves adheridas a la puerta del vehículo. ¡Sintió náuseas! Aceleró por la desolada avenida, observando a cada instante el maletín, que parecía otro. En la parada del semáforo, sacudió la camisa, la cual por el sudor se había adherido a su pecho. Subió presuroso la escalera. La luminaria zarandeaba, y al compás de su respiración, agigantaba. Las blancas paredes se miraban grises y un extraño olor a cuero quemado recorría el pasillo. Rápidamente, revisó puertas y ventanas. Colocó sobre el escritorio el esfero diminuto, tecleando al unísono la clave del maletín. Comprobó en el acto, que todo se hallaba en su lugar y debidamente sellado. ¿Qué raro! Se dijo. Ipso facto, el corazón disminuyó su acelerado ritmo y al compás de una bebida aromatizante, calmó los nervios. Se dispuso a un duchazo, y en el momento, el timbre adherido al sensor de movimiento, dio la alarma, que alguien o algo se hallaba cerca de la puerta. Tomó el arma, deslizándose como avezado felino al visualizador. Nada se miraba, ni en los espejos diminutos, habilidosamente ubicados en el pasillo.
El sudor volvió y los nervios tomaron un cariz distinto. La luz del celular se miraba intermitente. Quería contestar, pero no debía apartar el ojo del visualizador de la puerta.
Anúbis, su perro dóberman, en posición de ataque, presionaba sus filosos dientes, acelerando los nervios. ¡Su pelaje gris se veía brillante y de sus ojos salían chispas de fuego!
El cristo de madera adherido a la pared, cayó sobre la alfombra partiéndose en dos.
¡El aire se hizo espeso y los pulmones silenciaron!
*
Aimar, reponiendose del choque emocional, limpio su rostro, tarareando repetidamente el salmo 23:
“ El Señor es mi pastor, nada me falta:
En verdes praderas me hace reposar,
Me conduce hacia las aguas del remanso y conforta mi alma;
….
….
”
¡Fue un instante, una eternidad!
Emergiendo de su mutismo, desliza silenciosamente el velo de la ventana, dirigiendo la mirada al verde césped, las libélulas y la fluorescencia de la noche, que asemejaba el panorama a enredaderas fantasmales, trepando las paredes y ahogando los corazones. La luna en su hermoso resplandor, obliga a sus pupilas a levantar la mirada, auscultando en la luz del sempiterno, en busca de respuestas, en busca de alivio. Impulsado por un rayo, retrocede, coloca la mano derecha sobre la biblia hablando a su conciencia.
¡Por éste acto de amor,
No dejaré de seguirte
Menos, amarte! ¡La luz de mis pupilas En tus llagas se ha clavado! Y a la noche, tus pasos ha seguido ¡Sé del dolor que por la humanidad Has aguantado! ¡Sé del llanto que en ésta tierra Has derramado! Dejando a un costado la sotana y el alzacuello. Abre la maleta y empaca delicadamente estas prendas, en lo profundo de la misma, más allá de su conciencia y cerca del firmamento. Imagen tomada de Stock " Resplandor divino" Luz Marina Méndez Carrillo/15022020/Derechos de autor, reservados.
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