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Foto del escritorLuz Marina Mendez C

LA EXTRAÑA FÁBRICA MAGIC BALL

Actualizado: 25 jun 2019






Un reloj en forma de cuervo empotrado en la pared, señaló con seis campanadas la hora exacta.


A dicho sonido, el personal de MAGIC BALL, se apresuró en salir. Uno a uno, desfiló ante la mirada fría e inhumana del Jefe de personal.


Al instante, el aire se hizo espeso y una ola de misterio y silencio cubrió el lugar. En el firmamento, aún no fenecía el crepúsculo nocturnal.


Luciano, efectuó la ronda en las instalaciones de la fábrica acompañado de su perro. Recorrió oficinas de los ejecutivos, área de tesorería y contabilidad, los cubículos de los empleados, y por último, las instalaciones de la bodega. Curiosamente, el área administrativa y la bodega, estaban unidas por un puente metálico. Al pasar, llamó su atención, un pequeño cuarto cerrado con un candado antiguo muy oxidado.



En el más absorto de los silencios, se dijo: Es difícil hallar la llave de estos candados tan viejos. Parecen elaborados en la época de la inquisición.


Se acercó y con sigilo, observó por la pequeña rendija de la puerta. Miró colgado de un gancho metálico, un traje blanco de pepas de colores, en mal estado. Parecía, un mameluco para adultos.


Dio cuenta en dicho recorrido, que puertas y ventanas estuvieran ajustadas, teléfonos colgados, y llaves de los lavamanos cerradas.


Todo en orden, murmuró.


En esa fábrica, había dos sitios estratégicos para efectuar la vigilancia. Uno, la pequeña garita en la parte alta de dicha edificación, y el otro, una salita de recibo ubicada a un costado de los pasillos de ingreso del personal ejecutivo de la misma. Prefirió esta última.


Antes de disponerse a descansar, subió a la garita y observó hacia la calle detenidamente, con el fin de entablar comunicación con algún centinela. No divisó a nadie. Solo paredes de diez a quince metros de largas. A lo lejos, una mano que ni se distinguida, le hizo señas en actitud de saludo, desde una garita ubicada en lo alto de una construcción.



Con la tranquilidad pasmosa que lo caracteriza, bajó las escaleras en dirección a la sala de recibo en el primer piso. Acomodó la silla, puso un gorro en la cabeza y cubrió su cuerpo con una manta de lana gruesa.



Deambulo por sitios extraños; figuras dantescas grabadas en las paredes le generaban temor. Pasillos oscuros, gritos a lo lejos señalaban sin remedio un trágico final. Se acercó sigiloso queriendo observar, y una tabla que servía de soporte se desplomó, lanzándolo al vacío. Por el terror que lo atenazaba, adhirió sus manos al estómago formando una unidad. Quería gritar y no pudo. Manos maléficas atadas a su garganta, le impedían respirar, empujándolo a un triste deceso.



¡Segundos se hicieron horas!



Un estruendo lo zampó a la realidad. Se incorporó de inmediato. El cuello dolía demasiado. Aguzó el oído, y escuchó el sonido de cajas al caer. Guardó absoluto silencio sin mover un dedo. Su perro con las orejas levantadas se puso en posición de ataque.


Silencio mortal taladro los oídos.


Con el temor que acelera el corazón, ató con fuerza a su mano izquierda, la correa adherida al cuello de su perro Tyson. Este perro de raza dóberman, lo acompaña en cada correría. Parece un hijo más. La fidelidad, hace que no se abandonen.



Tyson no quitaba la mirada del pasillo, sus orejas levantadas y posición, indicaba que algo no estaba bien.


Luciano, retomando fuerzas, hizo el recorrido sin ver nada anormal. Se sobaba el cuello camino a la bodega.

De vuelta a su sitio de descanso y vigilancia, dialogaba con Tyson.


¡Esta imaginación nos juega pasadas! – decía- Escuche un estruendo en la bodega y no era Nada. El perro, vigilante.



En su primer noche de trabajo en esa fábrica, el frío calaba los huesos. Esculco en su mochila y encontró un chaleco de lana con los colores y las estrellas de su equipo de fútbol favorito. Puso a Tyson el chaleco. Y él, se arropó nuevamente. El can, se echó a sus pies.



A pesar de su experiencia, el lenguaje corporal del miedo se hizo manifiesto. Enhorabuena, la fidelidad y fiereza de su perro, daba así mismo tranquilidad.



El sueño esquivó y el silencio intensificó. El reloj marcó tres campanadas.



Cerró sus ojos con ánimo de dormir. Estaba agotado.

Segundos pasaron, y el rechinar de una puerta al abrirse, lo puso en alerta máxima.


Al sentarse, escuchó un sonido extraño, proveniente del baño de las damas. Encaminó hacia allá.



En efecto, la puerta que a su ingreso había cerrado, se encontraba entreabierta. Tomó con su mano temblorosa la perilla y observó dentro, no vio nada extraño, se disponía a cerrar y su mirada quedó fija en el espejo. Del mismo, deslizaban gruesas gotas de una sustancia parecida al aceite.



En ese momento, Tyson emitió un aullido que hizo helar la sangre. A pesar de la verraquera, quiso correr, pero se sentía atornillado a la baldosa del baño. Sin darse cuenta, las vueltas que dio al collar, ahorcaban al can. Este en su desespero, halo con fuerza arrojándolo al piso, y en dicha maniobra, soltó el collar y el perro salió despavorido.



En su afán por huir de lo desconocido, resbaló con las gotas gruesas que caían del espejo, las que en cuestión de segundos, habían impregnado el piso. Se asustó, al ver la dificultad para adherirse a algo y poder levantarse. El terror se magnificó, cuando las gruesas gotas de aceite se tornaron rojas, similares a la sangre. Cada vez se alejaba más de la puerta de salida acercándose a la alcantarilla. El pánico lo invadió. Escucho un ruido metálico similar a un manojo de llaves. Recordó en ese momento, la escena de la regadera de la película de terror IT del escritor Stephen King en la que un payaso maléfico sale de la alcantarilla de un baño cuando un niño se ducha.



Tyson, se precipitó en su ayuda. Luciano, creyó que lo había abandonado. Se aferró al collar del perro, quien igual que a él, se le dificultaba sostenerse en pie. No era la primera vez que ese animal defendía a su amo. El conocía de su valentía, fidelidad y fuerza. Como pudo, Tyson se aventó hacia la puerta quedando su collar engarzado en una de las perillas, la fuerza del animal se hizo descomunal.


Luciano se aferró al collar y en una cabriola, Tyson lo jaló fuera de la puerta del baño. Había logrado salir de ese lugar y momento infernal. Ambos corrieron desesperados hacia el sitio considerado por ellos, de descanso, dándose innumerables golpes contra las paredes. Allí, estarían a salvo. Ahora entendía porque, cerca a esa silla, había una imagen del Cristo de los dolores sobre una pila de agua bendita.



El miedo desencajó su rostro. Más tranquilos y ante el silencio, optaron por el descanso.



Cada hora repicaba el extraño reloj. Era como si el cuervo supiera el principio y final de las escenas de terror que vivirían, quienes de forma infortunada, harían las labores de vigilancia en la fábrica de muñecos MAGIC BALL.


Acomodó su silla, dirigida al pasillo que conducía a los baños para damas. Tyson, vigilante.


El crepúsculo matutino señaló la hora de salida.


Amparado en los primeros rayos del sol, se dirigió a los baños que horas antes lo sumergieron en un infierno. Al palpar su cinturón, no tenía el manojo de llaves que le habían entregado al inicio de su actividad laboral. La angustia lo invadió, pues don Juan Carlos, el Jefe de personal, no tardaría en llegar. Con la experiencia de los años y como recuerdo, guardaba en su billetera un gancho o pinza delgada con la que su mujer sujetaba el cabello en la parte alta de la frente. La tomó e introdujo en la ranura de la puerta y después de un gran esfuerzo, la perilla giró y abrió.


¡Oh, sorpresa! El manojo de llaves se encontraba en el centro del piso del baño. Lo demás, en orden. Nada de agua, menos aceite.


Salió con la mochila al hombro y aferrado a su mano, el collar que ataba el cuello de su perro guardián.



*

Las mujeres comentaban en los lavaderos: “Cuando un niño bautizado es llevado a un lugar donde asustan, la maldad no los alcanza”. Así le dijo Irene, su mujer. Para que esta noche no te pase nada, lleva a Alex. Haciendo caso a su señora, a las 5 p.m., el muchachito estaba listo. Llevaría su lonchera, una manta, ruana gruesa de lana y un gorrito que abrigaba su cabecita. De la mano de su padre, marchó al trabajo.



- No lleves al perro, te vas a complicar la vida- le dijo Irene al salir. Se negó a escuchar. Presentía lo que viviría.



El niño dormía en su regazo. Luciano no quiso conciliar el sueño. La escena vivida, pasaba en su mente como una película a cada segundo. Las horas se hacían eternas, mientras escuchaba los latidos del corazón de su pequeño. El silencio atestaba el ambiente. El tiempo pasaba y el cuervo señalando las horas.



Su mujer tenía razón. Llegó la hora de salida y nada pasó.



*

La rueda giraba y el tiempo aceleraba. Cuando se contraen obligaciones, hay que cumplir- dijo a su mujer. Esta noche seré valiente. Mi hijo no irá. Es muy pequeño y algo malo puede pasarle. Con Tyson bastará.



En el autobús, hizo elucubraciones. Será producto de mi imaginación… Y las llaves. ¿Cómo llegaron ahí? No… Todo es cierto. Antes de entrar, hablaré con Joseph, lleva años en estos lugares, algo sabrá.



Es recibido con una sonrisa burlesca. Joseph es un hombre jocoso y con muchos años encima. Lleva tiempo cuidando las bodegas Camacho y Camacho Ltda. Luciano cuenta su experiencia y este vocifera:


Dicen, no me consta. Que en esa fábrica pasan cosas raras, se abren las puertas, suenan los teléfonos a altas horas de la noche. No se sabe si alguien murió en ese sitio o hay almas penando, y sonríe. La verdad, ninguna vigilancia dura. Por esa razón, pagan bien a quien se le mida trabajar ahí. No me diga que no sabía, dijo, dando un espaldarazo en la espalda y se alejó rumbo a su garita.



La media noche se acerca y uno de los teléfonos de gerencia repica sin cesar. Una hora después, nuevamente el chillido. Viene a la mente de Luciano, lo dicho por Joseph. Los nervios se crispan. Las manos tiemblan.


Retomando fuerzas, se acerca a la pila de agua bendita del señor de los dolores y hace la señal de la cruz en su frente e hinca la rodilla ante la imagen.


“Arcángel Miguel, líbrame de todo mal y defiéndeme del peligro” vociferó.


Cambia la silla de lugar poniéndola cerca de una pequeña ventana de vidrio, ubicada en la puerta principal. Ojea por varios minutos hacia la calle. Absoluta tranquilidad.


El sonido en tono bajo de una corneta, que a medida que se acercaba, agudizaba, paralizó su temple y puso al animal en posición de ataque.


Tyson clavó su mirada y fiereza en el pasillo.


Retomando valor, fue a la gaveta de un pequeño escritorio donde guarda su mochila, sacó un calibre treinta y ocho; tomo al inquieto perro por el collar y avanzó por el pasillo en dirección al lugar de donde provenía el sonido.


Veremos cómo nos va.¡Estoy mamado de esto!De una buena vez desenmascararé al intruso. Dijo en tono airado.


Al pasar por el baño de damas, le vino a la mente la mirada siniestra que lanzaba a los trabajadores, hombres y mujeres, al esculcar sus pertenencias, el jefe de personal de la fábrica. Es un sujeto de mediana estatura, un poco pasado de peso, casi sesenta años, con una sonrisa sarcástica en su rostro. No le inspiró confianza y por extraña premonición, lo relaciono con lo que estaba sucediendo.



Acercándose al pequeño puente, escucho que se prendió un tractor en la bodega. Vio perfectamente las luces del vehículo encendidas. Los rayos le impedían ver con claridad quién estaba dentro del vehículo. Enfocó la linterna y la mano al cinto, extrajo de un periquete el revólver y lo empuñó en dirección a la silla del chófer. En ese momento, se apagaron las luces del tractor y todo quedó en silencio. No supo si seguir o retroceder a toda prisa. En esa ambivalencia andaba, cuando escuchó nuevamente al otro costado, el sonido de la corneta. Esta vez, en la zona- baño para hombres.


De un salto salió del puente con el revólver empuñado y caminó en dirección a los baños, con el ánimo certero de terminar de una vez por todas, con esa horrible pesadilla.


Ahora mismo, me daré cuenta si es un vivo o muerto. ¡Si es vivo, se jodió! ¡Si es muerto, lo mando al infierno! – vociferó.


A toda prisa y muy agitado, llegó al pasillo. Al instante, el miedo lo penetró. Había colgado en el techo, arandelas de varios colores y globos de un rojo intenso, muy similar al que tomaron las gotas que días antes caían del espejo. Parecía darse inicio a un gran carnaval. El perro se negaba a seguir, emitiendo pequeños aullidos.


Miró en todas direcciones sin ver a nadie. Dio varios pasos y escucho una melodía suave como canción de cuna, la cual intensificaba a medida que avanzaba. Los decibeles subieron a tal grado, que sentía el estallido del tímpano de sus oídos.


Lanzó un grito que traspasó los muros, el cual fue acompañado por el aullido de Tyson. Los globos agitados por el aire en circulación y las arandelas de colores se balanceaban unas a otras, simulando tranquilidad e inocencia.







Asiéndose de valor, avanzo e inspecciono todo. De repente, le pareció ver a un sujeto de mediana estatura, vestido de payaso, que se escabullía entre los baños para hombres. Su cabeza rapada, cabello amarillo rojizo y un traje negro. Corrió en su dirección con el revólver empuñado. Tyson aceleró en su persecución.



Dieron la vuelta a los baños y no había nadie. Cosa extraña – se dijo- ¡Lo vi con estos ojos que se ha de tragar la tierra!



¿Cómo y por dónde se esfumó?



Mi padre no conocía el miedo y yo he aprendido de él. A este lo atrapo, es solo un payaso. Dijo en viva voz.


El aire se hizo mucho más espeso, por la intensidad de la melodía. Esta vez sonaba en toda la fábrica.


Amarró el collar del perro a su cinturón para no perderlo de vista y estar preparado para la batalla campal que se avecinaba.



Una puerta hizo un chillido como de película de terror y frente a frente, el rostro de la maldad personificada. Un horrendo payaso cuyas uñas parecían salir del mismo averno. De sus dientes brotaban gotas de un líquido rojizo similar a la sangre, y sus ojos eran dos pepas negras. Vestía un traje blanco con bolas de colores. En sus horribles manos empuñaba un filoso cuchillo muy delgado. Lo miró sarcásticamente y se detuvo. Reía y volvía a reír. El perro lanzó un aullido con ganas de salir corriendo. No pudo, porque estaba engarzado a la cintura del hombre.


A la velocidad de la luz, accionó el gatillo y disparó en tres oportunidades, directo al corazón. El payaso seguía en pie.



La batalla se había iniciado en sus miradas, las pupilas de los tres se cruzaron de tal manera, que miraban en la misma dirección. Luciano, aterrorizado, por un lado, y por el otro, con ganas infinitas de desenmascarar al intruso. Tyson, terriblemente inquieto.


De repente, vio que el vestido que llevaba el payaso, era el mismo que estaba colgado en la bodega días anteriores. Igual, esa mirada demoníaca la había visto antes en la fábrica. Actuando acorde y a la velocidad de su pensamiento, se dijo. Este, de inframundo, nada tiene.


Disparó a la mano que empuñaba el cuchillo cayendo el arma al piso, se lanzó encima del payaso con perro y todo. Tyson parecía haberse dado cuenta igual que su amo, que el intruso, estaba más vivo que muerto. Clavo sin piedad, sus filosos dientes en el rostro del payaso, arrancando de un tajo, la máscara del siniestro personaje. Luciano ató una de sus manos, la otra engarzo en los dientes del perro. En un santiamén, rasgó su vestido, y se dio cuenta, que llevaba chaleco antibalas; dieron los tres cuatro vueltas en el piso, quedando semi desnudo, herido y tirado sobre la baldosa, el jefe de personal de la fábrica. El chaleco de Tyson, que impregnaba gloriosa las doce estrellas del triunfo del equipo de fútbol de su amo, solo tenía tres, y el blanco de la camisa de Luciano, había tomado un negro profundo.Las manos quedaron impregnadas de sangre y de las patas del perro, resbaló gotas de un aceite rojizo proveniente de la mano de quien parecía, el administrador de la fábrica.



El cuchillo quedó lejos de la escena. El teléfono sonó, Luciano retrocedió sin dar la espalda. Tyson mostró su fiereza en mayor intensidad sin permitirle moverse.


Descolgó el auricular y escuchó una voz al otro lado del teléfono: Luciano, soy Juan Carlos, ¿cómo está todo por allá? Tembloroso y con el terror en la mirada, tiró el teléfono, halo a Tyson y agarró a correr.


En ese instante, el sonido del extraño reloj en forma de cuervo empotrado en la pared, señaló exactamente las tres de la madrugada.




* Imagen tomada de la páginaWakima.com



Luz Marina Méndez Carrillo/20062019/Derechos de autor reservados.


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