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  • Foto del escritorLuz Marina Mendez C

LA MANSIÓN DE LOS ESPEJOS: LA INVITACIÓN







Selló el sobre y apresuró el café. Chequeo los mensajes en el celular y revisó su correo. Un sobre sin remitente la exaltó. “Bienvenida a la fiesta en la casona. Nos veremos en el salón de los espejos”



Llamó a la capital y en un instante, puso al tanto de lo acontecido, a su amigo de toda la vida.



Escúchame con atención y haz exactamente lo que te pido; es posible esté en peligro- vociferó un tanto nerviosa.


El timbre en la puerta la sobresaltó. De un periquete ocultó su celular bajando el volumen al mismo.


- Sigue. Expresó a viva voz.

- Buena día susurró Carlota.



Presurosa pregunto ¿Te enviaron un mensaje de invitación a una fiesta en la casona?


No señora, contestó.


– Anoche, alrededor de las tres de la madrugada, vi una sombra cerca de la puerta de mi habitación.



Carlota que encaminaba su salida, quedó estática. ¿¡Verdad!? Dijo en tono preocupante, por la experiencia vivida días anteriores.



He tenido la sensación de ser observada, prosiguió Josefina. Me inquietan los espejos que veo en ésta mansión.


- ¡Vaya! No he prestado atención a esos hermosos artefactos, expresó Carlota.


Los espejos son un misterio, asintió Josefina. Revelan el rostro y el alma de la gente. Además, hay quien sostiene que son portales por donde pasan identidades poco gratas, provenientes de dimensiones del mal. Además, he oído, según rituales milenarios, se puede observar a la gente a través de estos objetos. Dijo en tono enfático. Por ende, me generan inseguridad.



*


Delicioso olor a flores invadió la sala de estar. Josefina, acercó su nariz a los hermosos tulipanes. ¡Curioso florero! Tiene algo que me encanta, dijo, pasando sus delicados dedos sobre la textura del mismo.


Salieron las dos en dirección a la ladera del valle.



¡El sol invadió el tejido terrenal y con él, la alegría y llanto de las almas y cuerpos penitentes!




Sentadas en una de las bancas y el sabor del momento, entraron en confianza. Reían como buenas amigas.


De pronto, Josefina manifestó: En este lugar, he visto, sentido y oído cosas, que a mi parecer, no son normales. No es algo con lo que pensé encontrarme, pero ahora que se presenta, he de enfrentarlo.



Un chasquido entre los matorrales las sobresaltó. Don Arcadio apareció. No se explicaron cómo llegó ahí, pues, al bajar, se encontraba a la entrada de la mansión. Las dos cruzaron las miradas frunciendo el entrecejo.



Desean tomar café – preguntó. Noooooo, contestaron al unísono. Gracias.


Don Arcadio se alejó a la vista de las dos mujeres.


Como si se tratara del destino, murmuró carlota, fuimos puestas en este lugar enorme y misterioso. ¡Justo ahora!



¿Conoces a Liliana Santacruz? La vi cuando llegué a la mansión, contestó Carlota un tanto contrariada. Es una mujer alta y delgada. ¿Por? Solo curiosidad – nada más. Tengo entendido que jamás ha pisado la mansión comentó Josefina. ¡Carlota estremeció!



*

Josefina se encerró en su habitación. No quitaba de la cabeza a don Arcadio y la señora Santacruz.



¡Raro! Murmuró para sí. Muy raro.



Frente al peinador, ansiaba desmaquillarse. Tomó un paño húmedo y al pasarlo sobre su rostro, pudo ver a través del espejo, una carta, sobre la mesa de noche, de la cual manaba un líquido verdoso y espeso cuyas pequeñas gotas alcanzaron el piso. Se acercó sigilosa, queriendo observar. Retrocedió espantada, al ver que de una rosa de terciopelo negro, oculta dentro de la misiva, deslizaba dicha sustancia extraña.



*



Dylan, llamó al servicio de la telefónica con el ánimo de averiguar el teléfono directo de la mansión.


Marco el número, luego de cinco timbrazos descolgaron el auricular, pero nadie habló. Frunció la frente en abierta indisposición. Nuevamente insistió y repitió la escena por tres veces consecutivas.


¡Un halo de desconfianza lo rodeo!


Se apresuró a tomar un taxi indicando al chofer: directamente a la mansión Valle de Lili.


No puede ser que se repita, decía para sí varias veces.


El taxi marchaba a gran velocidad por la extensa carretera que conduce al valle. Dale lo más rápido que pueda, le decía. ¡Pagaré bien!


Insistió nuevamente a través del celular y nada. ¡Parece una maldición faraónica! dijo, guardando el aparato.


Cerca del Valle, ordenó aminorar la marcha. Vamos llegando expresó en tono pausado.



Se miraba a los lejos el extenso valle rodeado de hermosas flores de todos los colores y una tupida vegetación. El sol radiante dibujaba un halo de luz en cada mariposa que ondulaba en el aire, bañandola de un tinte mágico. Ayudaba al panorama, el baile misterioso de los colibríes y sus magnificentes colores. Todo ello, atenazaba la mansión con una delicadeza impresionante.


Vio las luces encendidas y a don Arcadio cortando flores.


Espero dentro del taxi por más de una hora. Don Arcadio se alejó adentrándose en la mansión.


Lo he visto señor, dijo susurrando a su bolígrafo. Por ahora, todo bien. Sin novedad.


Josefina en su habitación, escuchó la conversación. Don Arcadio se encontraba en la sala de estar donde ella horas antes había puesto en el florero, un diminuto aparato.


Así que el mayordomo trae su cuentico también. ¿ Y quién será el personaje con el que habla? Se preguntó.


Se dirigió al peinador donde extendió fácilmente su preciosa y larga cabellera.


Cubrió su rostro con una crema desmaquilladora, y su cuello y manos con una loción tonificante y perfumada. Se hizo un nudo a la cintura con el cordón de la bata blanca, metió las manos dentro de los bolsillos y se recostó en el diván. Cerró los ojos por un instante.



De repente, sus fosas nasales tomaron un fuerte olor a perfume varonil. Abrió los ojos y pudo sentir que provenía de uno de los espejos ubicado a la espalda del diván. Apretó la pistola adherida a su ropa interior y se incorporó con la agilidad de un gato. Se acercó al espejo, lo palpó y descubrió que chorreaba una esencia perfumada. Tomó un pañuelo y lo limpio. Lo Introdujo en una pequeña caja metálica que se abre con clave. Revisó detenidamente el espejo guardando sus impresiones. Procedió a cubrirlos con toallas.


Sentada al borde de la cama, descubrió que los espejos estaban ubicados en forma triangular dentro del cuarto. Uno cuadrado, otro redondo y uno cóncavo. ¿Qué es todo esto? Se preguntó.



Desde su privilegiada posición, Carlota husmea en los recuerdos, el extenso Valle y su gratificante belleza. Llamó su atención, un personaje que pasó dos veces por los alrededores de la mansión.



¡Extraño! ¿porque cubre su cabeza y rostro con una capota? ¡Parece un monje! ¡Un monje de la muerte!.


* Imagen tomada de Café poetas.



Luz Marina Méndez Carrillo/15072019/Derechos de autor reservados.


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