Un relámpago súbito ilumina la mansión. Carlota que husmea a través de la ventana, ve deslizarse en la reja de salida, a un hombre vestido con hábito negro y capota. Se mira como un monje. La agilidad del personaje le desconcierta. Su rostro no es visible. De pronto, como si se hubiese percatado que es observado, antes de dar el último salto y huir, levanta su cabeza, lanzándole una mirada certera. Ella se niega a retroceder. Por ende, ve con claridad meridiana, el rostro de un ser frenético y sin sangre en sus venas.
¡Siente escalofrío! ¿Quién es ese personaje y cómo entró a la Casona? ¿Qué busca? - Se indaga.
A causa de lo sucedido, el ambiente se ha tornado esquivo y los labios de sus moradores se cerraron. ¡Nadie habla!
La joven, remitida a una Clínica cercana, es sometida a ventilación mecánica.
Desde otro ángulo de la Casona, al monje intruso le siguen de cerca sus pasos. ¡Lo curioso! Se le vio salir, pero nadie lo miró entrar, ni qué hizo dentro de la Mansión.
En el laboratorio de investigación, el químico forense, somete a análisis riguroso la sustancia verde gelatinosa, que cae de varios de los espejos en la Mansión, y que en momento oportuno, capturara la hermosa Josefina.
*
Airmar, cómodamente sentado, hojea el libro sagrado. Una hermosa cruz mediana en oro de veinticuatro quilates con siete esmeraldas, pende de su cuello. De un momento a otro, siente que el aire falta a sus pulmones y decide salir. Si no fuera por el alzacuello blanco, lejos está para los demás, ser identificado como sacerdote. En este caso, obispo.
Antes de poner un pie fuera de la Mansión, desea visitar a Carlota. Golpea varias veces en su habitación; nadie abre. Gira la cerradura e ingresa unos pasos, dejando sobre el peinador de la escritora, una hermosa rosa roja aterciopelada.
Varias ideas rondan el intelecto del clérigo. Sentado sobre una de las bancas de la ladera de la Casona, se dispone a tomar apuntes de varias de ellas.
No sé si él es consciente de su belleza, pero Carlota sí. Ella que no le ha perdido un suspiro, lo persigue hasta en el pensamiento.
Justo ahí, tan cerquita de él, y sin percatarse, deja caer sobre la fina hoja de papel pergamino y para ese hombre prohibido, hermosos y delicados versos, que en su exhalar, desgaja, su corazón.
¡Me habitas con tu sangre!
¡Con este anhelo que desgarra mi existencia
Me sacudes, me pueblas!
¡Oh, segador de almas!
Has venido a la mía a perturbar mi calma
¡Constelación de sueños!
Esta noche te llamo,
Te reclamo
¡Poséeme por siempre! ¡Oh, tierra de olvido!
* Imagen tomada de mercadolibre. es
Luz Marina Méndez Carrillo/11082019/Derechos de autor reservados.
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