Dylan, experto en criminalística, revisó y analizó en forma detallada, las pruebas que reposan sobre su escritorio, entre ellas, la epicrisis de la joven fallecida. De pronto, algo llamó poderosamente su atención. Un sobre sin remitente, casi que oculto entre estas. Adherido a dicho sobre, con cinta aislante, una hoja carta blanca, en la que a simple vista se lee:
“Bienvenida a la fiesta en la casona. Nos veremos en el salón de los espejos”
Acto seguido, entabló comunicación con WESLEY DANILO. Él se mostró extrañado e indignado. No tenía conocimiento de reunión alguna en la Mansión. Menos, con lo acontecido a su madre. Marcó de inmediato al mayordomo.
- Don Arcadio buena tarde. ¿Cuéntame por favor sobre la fiesta en la casona?
- Contestó de inmediato: Desconozco de qué habla, señor
- Cómo es posible que no esté enterado, que en la Mansión se iba a celebrar una fiesta. Refunfuño Wesley Danilo.
- No sé nada, señor- replicó el mayordomo.
Don Arcadio, retiró el teléfono de su oído inmediatamente, pues al otro lado, se escuchó como si el aparato hubiese sido golpeado contra el escritorio. No hubo despedida. Nada. Solo el estruendo. Y luego… silencio total. Supo enseguida, que si no daba resultados, su situación laboral cambiaría de forma drástica.
Reunió presuroso al personal de la Mansión, para indagar sobre la dichosa invitación. Pero nadie dio razón.
En consecuencia, se dijo: Tarea para don Arcadio.
Revisó cámaras de vigilancia, mensajes en los celulares, correspondencia y demás, que pudiera dar luz de la inquietante invitación. Sin hallar un ápice. Repaso la lista de huéspedes varias veces.
En últimas, optó por tomarse un café, pasándose la mano una y otra vez sobre su cabello canoso, como si quisiese peinarlo con la mano, en dirección contraria a su rostro. Se acomodó el diminuto bolígrafo sobre la parte izquierda del corazón, e inició, casi sin darse cuenta, una ronda de vueltas en círculo alrededor de sí mismo.
De pronto, colocando su dedo en la punta de la nariz, inhaló y expulsó varias veces aire por la boca. Y sin mediar palabra, salió presuroso y silencioso de su habitación. Dejándola herméticamente cerrada. Subió la escalera en dirección a la habitación treinta y tres. Carlota le inspiraba confianza.
Al pasar por la habitación veintidós, vio con extrañeza, que la puerta estaba entreabierta. Frunció el entrecejo. Pues esa habitación, se suponía, estaba sellada, desde el hecho infortunado del asesinado del joven alquimista. Y él era el único poseedor de la llave de ese cuarto. A excepción de la señora Liliana Santacruz, dueña de la Mansión.
No obstante, antes de entrar, golpeó varias veces, nadie respondió. Empujó la puerta e ingreso. Lo que sus ojos vieron, nunca lo olvidaría. ¡Quedó de piedra!
De las paredes, colgaban cuadros viejos y desvencijados de Aleister Crowley, el ocultista, alquimista, mago, poeta y escritor inglés, conocido por algunos, como Mago negro. Y del Austriaco, Guido Von List, fundador y máximo representante de la Logia Oculta.
Sobre una mesa, que nunca había visto en la mansión, una serie de pócimas de diversos colores y tamaños, en frascos de vidrio. Y un libro con extraños jeroglíficos y pictogramas abierto a la mitad, y un cristo en bronce boca abajo sobre el mismo.
Se expandía en la habitación un olor raro.
Quería correr y no pudo, quedarse e indagar, y menos; el temor lo invadió. En toda su vida había visto cosa semejante. Del afán que sintió por hablar con Carlota, no quedó un ápice. Olvidando su urgencia. Optó por recurrir a Airmar, el clérigo. El daría luz a semejante espectáculo.
Reponiendose, salió de la habitación, y en retrospectiva, el pasillo que hace unos segundos estaba caluroso y agradable, lo miró largo e interminable, y la imagen que reflejaban los espejos a su paso, daba la impresión, no respondía a la realidad circundante. En un santiamén, el área se había vuelta tenebrosa.
*
Las delicadas manos de Aimar, repasan una y otra vez, el salmo 55 del libro sagrado, mientras, entrelaza entre sus dedos la Divina Cruz del Nazareno.
Alzando la mirada al firmamento exclama:
“ Escucha, oh. Dios mi oración,
No te ocultes a mi súplica,
Atiéndeme dame respuesta;
Me agito en mi lamento
Me turbo ante la voz del enemigo,
Bajo el acoso del malo,
Pues acumulan sobre mi desgracias,
Y con rabia me persiguen. “
Se deja caer sobre la silla casi que exhausto. Cierra los ojos y con las manos en posición de súplica, se cubre el rostro. Algo atormenta su corazón. Algo que a ésta tierra no corresponde.
Un suave aroma a rosas, invade el aire, y el silencio se apodera del momento. Todo se mira relajante.
*
Mientras, Hakim, en el cuarto contiguo a la habitación veintidós, sonríe socarronamente, empacando en las maletas sus pertenencias.
Y un poco más allá, en la habitación treinta y tres, la joven escritora, se aferra al Cristo de los Dolores en plegaria a su magnánimo dolor.
* Imagen tomada del muro de Islam Gamal.
Luz Marina Méndez Carrillo/29092019/Derechos de autor reservados.
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