Con la mano sobre la chapa, quiso abrir, pero su corazón decía: no lo hagas. En obediencia a la intuición, retrocedió en el acto. Volvió al visualizador y el pasillo vacío.
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Frente al espejo, Josefina peina su larga cabellera. Algo inquieta su corazón. Observa a lado y lado sin ver nada anormal. Se dispone a salir, cuando divisa casi ocultos, diminutos espejos ubicados en sitios estratégicos de su cuarto. ¡Qué raro! ¿Están expiando? Murmuró para sí, un tanto inquieta.
En la mesa, acaricio su rostro con una hermosa rosa de terciopelo rojo que extrajo de su bolsillo, pasando con cierta lascivia sus labios sobre el borde de la taza de café. Carlota la observó intrigada. En silencio se preguntó: ¿Qué hace Josefina con la preciosa rosa roja, o una similar, a la que vi anoche sobre la sotana del cuarto que habita el personaje misterioso? ¿Quién es él, en realidad y qué conexión tiene con ésta dama? ¿Qué hubiera pasado si anoche hubiese respondido al llamado en la puerta?
Al regreso de la noche. Se tumbó sobre la cama y en penumbra, contempló por largo rato el vaivén de las estrellas. Depositó su confianza en el reloj, cuya alarma debía sonar a eso de la una de la madrugada. Ansiaba conocer un poco más del extraño personaje.
El calor del día se resguardo en los cuartos de la mansión, brindando ambiente cálido y gratificante.
¡Su cuerpo vencido apaciguó su alma y decayó en el lago onírico!
Deambulando por las calles de la antigua capital, transitaba con el corazón agitado. Su abrigo y bufanda ondeaban al paso del viento. No sentía frío, las botas texanas abrigaban sus pies. En el maletín de mano, guardaba con celo un tesoro. Algo que nadie debía conocer.
Un aire traicionero halo su bolso y tirada en el piso, quedó al descubierto, una fotografía. Se apresuró a recogerla. Al contacto con sus dedos, creyó ver en ella, el rostro del caballero de la mansión. Una fuerza extraña la precipitó hacia atrás. La calle estaba vacía. El miedo la embargó, quiso correr y no pudo. Miró al lado adverso y vio un gato blanco esconderse tras el alero de un tejado.
Se sintió observada. Dio vuelta con la intención de correr y zas, al piso.
Levantó la mano derecha para incorporarse y vio que el reloj marcaba las tres de la madrugada.
– ¡Mierdaaaaa! Gritó. ¡Justo hoy! ¡No puede ser!
¡Gruesas gotas de sudor deslizaban sobre su rostro!
Se apresuró a observar por el visualizador. La luz mortecina que alumbra el pasillo le daba un aspecto siniestro. No había nadie. No entendía el porqué de la opacidad de la luz, como si la bombilla hubiese perdido capacidad o una nube espesa la estuviese cubriendo.
Ocultando su inquietud, quiso volver a la cama, cuando vio aparecer en el pasillo el hermoso gato blanco. Se quedó de piedra, al ver que dicho animal perdía tamaño, a medida que se acercaba a la habitación veintidós, que por su ubicación, veía perfectamente. Fácilmente y como si fuese un caucho, se deslizó por debajo de la puerta hasta desaparecer.
Esta vez se alivió de haberse quedado dormida. Tal vez el sueño le había salvaguardado de un daño eventual, o quizás, de un personaje siniestro.
Cautela Carlota, cautela - se repetía.
La noche había sido rota. El silencio se vistió de misterio y las flores que adornaban la ladera se tornaron de un rojo cristalino. El sol pintó con fuerza el firmamento y un aire fresco lo cubrió todo.
* Imagen de Lusile17Centerblog.
LA INVITACIÓN
Luz Marina Méndez Carrillo/11062019/Derechos de autor reservados.
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