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LA MANSIÓN DE LOS ESPEJOS

Actualizado: 18 ago 2019








Entrar a la mansión es algo misterioso. Es como si la hermosa puerta de acceso, absorbiera no solo el cuerpo sino también el alma de sus moradores. Le dicen: “Mansión Valle de Lilí ” Yo la llamaría, Mansión de los Espejos. En cada rincón, encontrarás estos hermosos artefactos de diversos modelos y tamaños.




¡Los espejos, reflejo del alma del alma humana!



El mayordomo, un hombre con más de sesenta años y cincuenta, al servicio de los dueños de la mansión, es el personaje, conocedor al dedillo, de secretos, glorias y desgracias de la misma. Igual, de sus profundos y tenebrosos misterios.


Durante años, albergó personajes de la vida pública. Esta vez, se esperaba la llegada de un visitante, del cual, nadie sabía un ápice. Todo lo referente a él, envolvía un reverendo misterio.


Dicho lugar, se ha ido modernizando con el transcurrir de los años. Últimamente, renovó su fachada con paredes de cristal. Contempla: cincuenta habitaciones, treinta y tres son dormitorios. Un vasto y hermoso valle la envuelve, en un aire enigmático y a la vez, misterioso.


En sus alrededores, el aire es tibio y liviano y el personal silencioso. Distinto al saludo, no cruzan palabra alguna.




*


Conoció por aquel entonces, a Liliana Santacruz, dueña de la mansión. Mujer alta y madura; las facciones de su rostro y la gracia de su sonrisa, permite vislumbrar la belleza de su juventud. Nunca visita la casona.



Recorrió kilómetros. Tal vez cumplía una cita con el destino.


Limpió su rostro con una servilleta enjugando el sudor. Tomo de su maleta de mano una hebilla y sujeto su largo cabello. Mechones en forma de cascadas caían sobre sus mejillas. El color miel de sus ojos conjugaba a la perfección con el rubio de su pelo y su gloriosa juventud.



Se deshizo de la ropa, dirigiéndose a la zona de confort, como le decía.


Posó con delicadeza su cabeza en el borde de la bañera, quedando su cabellera fuera del agua. Sumió el cuerpo en plácido descanso, mientras su alma volaba a gran velocidad. El agua tibia y perfumada, cumpliría a cabalidad su misión.


*


Al sonido del timbre, el mayordomo camino presuroso en dirección a la puerta de acceso. Saludo bajando la cabeza. Espero unos minutos y tomo dos grandes maletas, en dirección a la habitación veintisiete.


– Descifrar enigmas no es mi fuerte, pero a veces, la situación lo amerita- musitó para sí, mientras pasaba por su nariz un diminuto y perfumado bolígrafo.



Al caer el crepúsculo nocturnal, los huéspedes de la mansión interrelacionan en la sala de estar, bajo el efecto delicioso del aroma de una taza de café colombiano. Pero aquella noche, nadie apareció. Era como si a todos se los hubiese tragado la tierra.



El reloj marcó las ocho.



*


Observando a la nueva huésped, deshizo sus maletas. Días anteriores, había tomado la decisión de marcharse. Algo más allá de su percepción se lo impidió.  El sitio es encantador y abriga en sus rincones una capa de misterioso. El silencio del personal de servicio, el mutismo del valle y el alma de la casona, contribuyen a su esencia.



Dejó a un lado la prisa. Era su deseo, dar fin esa noche a la novela. Espejos, silencio, misterio. Todo lo que anhelaba.



Hospedada en la habitación treinta y tres de la planta alta, la más privilegiada de aquel inmueble. Se disponía a guardar el borrador de su obra, cuando observó a través de la ventana, a Josefina, la hermosa mujer que días antes llegó a la mansión. Dirigía sus pasos a una de las bancas metálicas situadas en las laderas del Valle.



De repente, un aire infernal recorrió el lugar, golpeando fuertemente la puerta de su habitación. Fuera, el viento había arrancado con fuerza la blusa de aquella mujer, dejando al descubierto, un mini corsé, que la hacía ver aún más hermosa.


¡Esta mujer es una tentación! – pensó.



Contempló por largo rato el firmamento y a eso de las seis de la tarde, se dispuso a divagar en el último de sus fragmentos. Se miró al espejo y musitó: ¡Carlota, estas hermosa!



En esas cavilaciones andaba, cuando escuchó el sonido de una caja musical proveniente de la habitación veintidós. Sintió pánico. Sabía que se encontraba vacía.


La melodía se escuchó alrededor de un minuto. Luego… silencio sepulcral.


La noche se eternizó y ella, dando vueltas en la cama. No pudo conciliar el sueño.


El crepúsculo rasgó el manto de la noche, poniendo al descubierto la magia de su encanto.



*




EL GATO



Cómodamente sentada en la sala de estar. Daria cuenta de quienes entraban y salían de la mansión de manera insospechada. Tres, cinco y hasta diez minutos y nadie apareció.


De repente, un hermoso gato blanco con un cascabel adherido al cuello, subió presuroso las escaleras. Dicho animal, en su trayecto, dejaba una pequeña, casi diminuta mancha roja en el piso. Parecía sufrir una lesión en la pata izquierda.



Carlota viró en varias direcciones, en busca de miradas inquisidoras. Presurosa, corrió tras él. Lo curioso, se esfumó en el pasillo que conduce a la habitación veintidós.



Extraña fusión de curiosidad y miedo la invadió.



Don Arcadio cortaba rosas amarillas en las laderas del Valle. Aprovechando el momento se acercó y dijo: ¡Hermoso gato! La miró estupefacto directo a los ojos y contestó: ¡No he visto un gato en ésta mansión y sus alrededores hace tiempo!


¡Se estremeció!!


De oídas, supo de la llegada de un visitante a la mansión. Ipso facto su intelecto, lo relaciono con el gato misterioso. El mayordomo bajando la cabeza se alejó del lugar.



Cae la noche. Los habitantes de la mansión se resguardan en sus habitaciones.


Abrió un tanto la ventana y una brisa arenosa con sabor a lluvia golpeó su rostro. Se alegró de no haberse ido. Sacó el portátil, lo colocó sobre sus piernas e inició su divagación. Al lado, de forma casi irónica, colocó su Pss. Acomodó la diminuta lámpara led como de costumbre.


Con la capa de su bata blanca, tapó por completo su rostro. Espero unos instantes e inició su recorrido literario:


“ La 1.55 de la madrugada. Era una noche clara y el firmamento proyectaba su luz sobre la faz de la tierra. La luna se colaba en todos los lugares de manera impúdica; la luz de la lámpara que iluminaba el camino dibujaba sombras que resguardaban los árboles. Se volvió para ver su rostro, era pálido y tenía una cicatriz en forma de hoz en sus mejillas. El pánico la invadió … ”



En ese momento, unos pasos alrededor de la puerta de su habitación, la puso en alerta máxima. Su reloj marcaba las dos de la madrugada. Apagó la lámpara de forma inmediata, y deslizó su cuerpo con la agilidad de un felino, hasta el visualizador de la puerta. No vio nada anormal.


De un salto llegó a la ventana, la cerró silenciosamente, observando unos instantes a través del velo. Le pareció ver entre los matorrales, el extraño y hermoso gato blanco que ayer subió presuroso las escaleras, en dirección a no sé dónde.



Quería vigilarlo, pero por el otro lado, no ansiaba despegar su ojo del visualizador. Vio a través de este, una sombra que se escabulló sigilosa en dirección a la planta dos. ¿Quién a esa hora y porqué cerca de su puerta?


Todo quedó en silencio.


¡ Ese silencio absorto y eterno que a veces hace daño!


Dentro de sus elucubraciones se indagaba ¿Sucederá lo mismo a Josefina?

La noche prosiguió su marcha.


Un rayo de sol se filtró por la ventana iluminando la habitación, hiriendo sus pupilas. El reloj marcó las seis de la mañana.


Abrió la puerta y llamó su atención, un pañuelo blanco con siete puntos rojos encerrados en círculos, tirado en el piso, a la entrada de la puerta de su habitación. ¡Sintió pánico!


Bajó temblando las escaleras y pudo ver a Josefina sentada cómodamente en la sala de estar. Parecía tranquila.


Las dos quedaron frente a frente. Con ansias infinitas de conocer la una de la otra sobre sus vidas.


Silencio y más silencio.




EL ENIGMÁTICO VISITANTE




Quiso desprenderse de ese momento incómodo. Agitó la taza de café y pudo ver en el rescoldo, el rostro de un hombre. Era como si el destino, en cada segundo, señalara su camino.



Subió presurosa las escaleras, ansiando que Josefina no se fijara en la inquietud, que quizás, revelaba su rostro en ese momento. Pero el espejo cóncavo al final del pasillo, lo desdibujó en todas sus facetas. En un santiamén, ventilo frente a sus ojos: pasado, presente y futuro de su existencia. ¡Sintió dolor y miedo¡ No obstante, haciendo a un lado sentimientos encontrados, aceleró el paso a su habitación.



Recostada sobre su lecho, su alma divago por parajes insospechados. Creó su intelecto una fusión extraña entre el rostro del hombre de la taza de café y el enigmático personaje que llegó a la mansión, y del cual, nada sabía.


Una idea extraña y poco usual, la inquietó. De ahora en adelante, lo expiaria. Pensó.



Frente al peinador y como en cuadro retrospectivo, se reveló nuevamente las imágenes bifurcadas de su existencia, que le expusiera el espejo cóncavo de plata, minutos antes.



¡Algo tenía ese hermoso artefacto, que era capaz de leer el alma!



Se hizo la noche y un manto solitario y misterioso se apoderó del lugar. Carlota, guardando dentro de sí su preocupación, inició labor de espionaje.



Cubrió su cuerpo con un kimono de satén estampado. Celosamente resguardada en su sugerente ceñidor, hecho de encaje atado a su liguero, su Pss. La Pss es una pistola semiautomática especial, ideada para hacer tiro silencioso y sin fogonazo a la distancia, de hasta cincuenta metros.



Recogió su cabello, colgó en su oreja izquierda un diminuto bolígrafo y observó su reloj- La una de la madrugada.



Caminó por el silencioso pasillo midiendo sus pasos, en aras de desorientar a quien de forma imprudente, la pudiera estar observando.



Bajo las escaleras en dirección a la habitación veintisiete. Se supone, estaría habitada por el enigmático visitante. Igual inquietud le embarga, la habitación veintidós; días antes, proveniente de ese lugar, escuchó el sonido de una caja musical, y la conexión además, con el hermoso gato blanco.


Miró de reojo bajo la puerta y una luz tenue se hallaba encendida. Se acercó sigilosa a la rendija, en busca de algo que pudiera identificarlo. Una sombra en movimiento se proyectaba en una de sus paredes. Aguzó la vista y pudo ver que se trataba de un hombre joven. Al acercarse un poco más, logró ver con claridad sobre una de las sillas, una sotana negra y una rosa roja sobre ella. Un viento helado recorrió su ser. En su corazón, un maremágnum de ideas daba vueltas en círculo.



Aceleró el paso. Al introducir la llave de su habitación, escuchó el sonido de una puerta al abrir, en el pasillo donde minutos antes se encontraba. Ingresó rápidamente y secándose el sudor, expresó ¡Salvada estoy!. Dejándose caer sobre la mullida cama.


Al instante, tres golpes suaves en la puerta aceleraron su corazón. Observó por el visualizador y una gota fría con sabor a rosas la atravesó.



Y el rocío que cae de su boca

Carmesí

Agita la furia que yace dentro

De mí.




LA ROSA DE TERCIOPELO ROJO



Con la mano sobre la chapa, quiso abrir, pero su corazón decía: no lo hagas. En obediencia a la intuición, retrocedió en el acto. Volvió al visualizador y el pasillo vacío.

.

Frente al espejo, Josefina peina su larga cabellera. Algo inquieta su corazón. Observa a lado y lado sin ver nada anormal. Se dispone a salir, cuando divisa casi ocultos, diminutos espejos ubicados en sitios estratégicos de su cuarto. ¡Qué raro! ¿Están expiando? Murmuró para sí, un tanto inquieta.



En la mesa, acaricio su rostro con una hermosa rosa de terciopelo rojo que extrajo de su bolsillo, pasando con cierta lascivia sus labios sobre el borde de la taza de café. Carlota la observó intrigada. En silencio se preguntó: ¿Qué hace Josefina con la preciosa rosa roja, o una similar, a la que vi anoche sobre la sotana del cuarto que habita el personaje misterioso? ¿Quién es él, en realidad y qué conexión tiene con ésta dama? ¿Qué hubiera pasado si anoche hubiese respondido al llamado en la puerta?




Al regreso de la noche. Se tumbó sobre la cama y en penumbra, contempló por largo rato el vaivén de las estrellas. Depositó su confianza en el reloj, cuya alarma debía sonar a eso de la una de la madrugada. Ansiaba conocer un poco más del extraño personaje.



El calor del día se resguardo en los cuartos de la mansión, brindando ambiente cálido y gratificante.



¡Su cuerpo vencido apaciguó su alma y decayó en el lago onírico!




Deambulando por las calles de la antigua capital, transitaba con el corazón agitado. Su abrigo y bufanda ondeaban al paso del viento. No sentía frío, las botas texanas abrigaban sus pies. En el maletín de mano, guardaba con celo un tesoro. Algo que nadie debía conocer.



Un aire traicionero halo su bolso y tirada en el piso, quedó al descubierto, una fotografía. Se apresuró a recogerla. Al contacto con sus dedos, creyó ver en ella, el rostro del caballero de la mansión. Una fuerza extraña la precipitó hacia atrás. La calle estaba vacía. El miedo la embargó, quiso correr y no pudo. Miró al lado adverso y vio un gato blanco esconderse tras el alero de un tejado.



Se sintió observada. Dio vuelta con la intención de correr y zas, al piso.


Levantó la mano derecha para incorporarse y vio que el reloj marcaba las tres de la madrugada.



– ¡Mierdaaaaa! Gritó. ¡Justo hoy! ¡No puede ser!



¡Gruesas gotas de sudor deslizaban sobre su rostro!



Se apresuró a observar por el visualizador. La luz mortecina que alumbra el pasillo le daba un aspecto siniestro. No había nadie. No entendía el porqué de la opacidad de la luz, como si la bombilla hubiese perdido capacidad o una nube espesa la estuviese cubriendo.



Ocultando su inquietud, quiso volver a la cama, cuando vio aparecer en el pasillo el hermoso gato blanco. Se quedó de piedra, al ver que dicho animal, perdía tamaño, a medida que se acercaba a la habitación veintidós, que por su ubicación, veía perfectamente. Fácilmente y como si fuese un caucho, se deslizó por debajo de la puerta hasta desaparecer.



Esta vez se alivió de haberse quedado dormida. Tal vez el sueño le había salvaguardado de un daño eventual, o quizás, de un personaje siniestro.



Cautela Carlota, cautela - se repetía.



La noche había sido rota. El silencio se vistió de misterio y las flores que adornaban la ladera se tornaron de un rojo cristalino. El sol pintó con fuerza el firmamento y un aire fresco lo cubrió todo.



LA INVITACIÓN



Selló el sobre y apresuró el café. Chequeo los mensajes en el celular y revisó su correo. Un sobre sin remitente la exaltó. “Bienvenida a la fiesta en la casona. Nos veremos en el salón de los espejos” Llamó a la capital y en un instante, puso al tanto de lo acontecido, a su amigo de toda la vida. Escúchame con atención y haz exactamente lo que te pido; es posible esté en peligro- vociferó un tanto nerviosa.

El timbre en la puerta la sobresaltó. De un periquete ocultó su celular bajando el volumen al mismo.

- Sigue. Expresó a viva voz.

- Buena día susurró Carlota.


Presurosa pregunto ¿Te enviaron un mensaje de invitación a una fiesta en la casona?

No señora, contestó.

– Anoche, alrededor de las tres de la madrugada, vi una sombra cerca de la puerta de mi habitación. Carlota que encaminaba su salida, quedó estática. ¿¡Verdad!? Dijo en tono preocupante, por la experiencia vivida días anteriores. He tenido la sensación de ser observada, prosiguió Josefina. Me inquietan los espejos que veo en ésta mansión.

- ¡Vaya! No he prestado atención a esos hermosos artefactos, expresó Carlota.

Los espejos son un misterio, asintió Josefina. Revelan el rostro y el alma de la gente. Además, hay quien sostiene que son portales por donde pasan identidades poco gratas, provenientes de dimensiones del mal. Además, he oído, según rituales milenarios, se puede observar a la gente a través de estos objetos. Dijo en tono enfático. Por ende, me generan inseguridad.

*

Delicioso olor a flores invadió la sala de estar. Josefina, acercó su nariz a los hermosos tulipanes. ¡Curioso florero! Tiene algo que me encanta, dijo, pasando sus delicados dedos sobre la textura del mismo.

Salieron las dos en dirección a la ladera del valle.

¡El sol invadió el tejido terrenal y con él, la alegría y llanto de las almas y cuerpos penitentes! Sentadas en una de las bancas y el sabor del momento, entraron en confianza. Reían como buenas amigas.


De pronto, Josefina manifestó: En este lugar, he visto, sentido y oído cosas, que a mi parecer, no son normales. No es algo con lo que pensé encontrarme, pero ahora que se presenta, he de enfrentarlo. Un chasquido entre los matorrales las sobresaltó. Don Arcadio apareció. No se explicaron cómo llegó ahí, pues, al bajar, se encontraba a la entrada de la mansión. Las dos cruzaron las miradas frunciendo el entrecejo. Desean tomar café – preguntó. Noooooo, contestaron al unísono. Gracias.


Don Arcadio se alejó a la vista de las dos mujeres.

Como si se tratara del destino, murmuró carlota, fuimos puestas en este lugar enorme y misterioso. ¡Justo ahora!

¿Conoces a Liliana Santacruz? La vi cuando llegué a la mansión, contestó Carlota un tanto contrariada. Es una mujer alta y delgada. ¿Por? Solo curiosidad – nada más. Tengo entendido que jamás ha pisado la mansión comentó Josefina. ¡Carlota estremeció!

*



Josefina se encerró en su habitación. No quitaba de la cabeza a don Arcadio y la señora Santacruz. ¡Raro! Murmuró para sí. Muy raro. Frente al peinador, ansiaba desmaquillarse. Tomó un paño húmedo y al pasarlo sobre su rostro, pudo ver a través del espejo, una carta, sobre la mesa de noche, de la cual manaba un líquido verdoso y espeso cuyas pequeñas gotas alcanzaron el piso. Se acercó sigilosa, queriendo observar. Retrocedió espantada, al ver que de una rosa de terciopelo negro, oculta dentro de la misiva, deslizaba dicha sustancia extraña.

* Dylan, llamó al servicio de la telefónica con el ánimo de averiguar el teléfono directo de la mansión.


Marco el número, luego de cinco timbrazos descolgaron el auricular, pero nadie habló. Frunció la frente en abierta indisposición. Nuevamente insistió y repitió la escena por tres veces consecutivas.

¡Un halo de desconfianza lo rodeo!


Se apresuró a tomar un taxi indicando al chofer: directamente a la mansión Valle de Lili. No puede ser que se repita, decía para sí varias veces.


El taxi marchaba a gran velocidad por la extensa carretera que conduce al valle. Dale lo más rápido que pueda, le decía. ¡Pagaré bien!


Insistió nuevamente a través del celular y nada. ¡Parece una maldición faraónica! dijo, guardando el aparato.


Cerca del Valle, ordenó aminorar la marcha. Vamos llegando, expresó en tono pausado.


Se miraba a los lejos el extenso valle rodeado de hermosas flores de todos los colores y una tupida vegetación. El sol radiante dibujaba un halo de luz en cada mariposa que ondulaba en el aire, bañandola de un tinte mágico. Ayudaba al panorama, el baile misterioso de los colibríes y sus magnificentes colores. Todo ello, atenazaba la mansión con una delicadeza impresionante.


Vio las luces encendidas y a don Arcadio cortando flores.

Espero dentro del taxi por más de una hora. Don Arcadio se alejó adentrándose en la mansión.

Lo he visto señor, dijo susurrando a su bolígrafo. Por ahora, todo bien. Sin novedad.


Josefina en su habitación, escuchó la conversación. Don Arcadio se encontraba en la sala de estar donde ella horas antes había puesto en el florero, un diminuto aparato.

Así que el mayordomo trae su cuentico también. ¿ Y quién será el personaje con el que habla? Se preguntó.


Se dirigió al peinador donde extendió fácilmente su preciosa y larga cabellera. Cubrió su rostro con una crema desmaquilladora, y su cuello y manos con una loción tonificante y perfumada. Se hizo un nudo a la cintura con el cordón de la bata blanca, metió las manos dentro de los bolsillos y se recostó en el diván. Cerró los ojos por un instante. De repente, sus fosas nasales tomaron un fuerte olor a perfume varonil. Abrió los ojos y pudo sentir que provenía de uno de los espejos ubicado a la espalda del diván. Apretó la pistola adherida a su ropa interior y se incorporó con la agilidad de un gato. Se acercó al espejo, lo palpó y descubrió que chorreaba una esencia perfumada. Tomó un pañuelo y lo limpio. Lo Introdujo en una pequeña caja metálica que se abre con clave. Revisó detenidamente el espejo guardando sus impresiones. Procedió a cubrirlos con toallas.


Sentada al borde de la cama, descubrió que los espejos estaban ubicados en forma triangular dentro del cuarto. Uno cuadrado, otro redondo y uno cóncavo. ¿Qué es todo esto? Se preguntó. Desde su privilegiada posición, Carlota husmea en los recuerdos, el extenso Valle y su gratificante belleza la embruja. De pronto, llamó su atención, un personaje que pasó dos veces por los alrededores de la mansión. ¡Extraño! ¿porque cubre su cabeza y rostro con una capota? ¡Parece un monje! ¡Un monje de la muerte!.


CARLOTA



Un equipo técnico de investigadores de homicidios espiaba las actividades de la casona.


Un moderno sistema electrónico que incluía micrófonos de barrido, cámaras ultrasensibles y personal especializado, adelantaba labores de investigación desde hace unos meses.


WESLEY DANILO, el hijo varón de la dueña de la mansión. Es un hombre impredecible, inteligente y muy astuto, pero de un genio tenaz. Su gran debilidad, la poesía. " Puerta que abre el alma " Así le dice.


De mediana estatura, ojos verdes, pelo rizado y bigotes que apuntan al firmamento. Acostumbra a señalar con el dedo índice al rostro de quien desea dominar o expulsar de su entorno. El dinero le otorga tal poder.


En ausencia de su madre, se hizo cargo de sus negocios, entre ellos, la Mansión Valle de Lili o Mansión de los Espejos como la he llamado.


*



Carlota, en su nervioso, no podía conciliar el sueño. Una y mil veces paso por su mente, el extraño personaje que esa tarde, casi noche, daba vueltas alrededor de la Mansión. Antes que miedo, le inspiraba terror. Lo asemejo a lo ocurrido en la casona, con el gato y el extraño visitante, que aún no ha tenido oportunidad de conocer. Este hombre, de capota negra, que más parecía un hábito de un monje franciscano, generaba desconcierto, inseguridad y miedo.



- ¿Qué tiene que ver este con la mansión?- Se preguntó



El reloj marcó las dos. Y ella pegada a la ventana observando el vaivén del aire y contando suspiros.


Llega a su mente, el llamado de atención que hiciera Josefina aquella tarde, respecto de la vigilancia que puede hacerse a través de los espejos.


- Idea descabellada- se dijo, moviendo su cabeza.


En su peinador, hay un espejo grande estilo victoriano y dos pequeños a lado y lado del mismo modelo, dando la sensación de abrigar el cuerpo y alma, o espiarla, como dice Josefina.


Abrió la ventana y una ráfaga de aire ingresó con fuerza desordenando su cabello. El velo de la misma, ondeaba lentamente, haciendo que el cuarto se torne lúgubre.


Se dirigió rápidamente al peinador. Deslizaba una y varias veces el cepillo, de la raíz a las puntas y de las puntas a la raíz. Al unísono, su pensamiento iba a velocidad vertiginosa. Añoro su época de estudiante de derecho y su adorada hija a quien llevaba en el corazón.


¡Sonreía al sentir de sus latidos!



Tan ensimismada estaba, que no se percató de unos ojos verdosos como de reptil, que la espiaban a través de los pequeños espejos laterales.


No obstante la ventilación, el aire en el cuarto atenazaba su corazón.



JOSEFINA


A raíz de hechos inquietantes, WESLEY DANILO SANTACRUZ, efectuó gestiones para dar con la verdad de lo acontecido en la Mansión.


Por un lado, el moderno equipo de investigación, y por el otro, el extraño visitante. Ni más, ni menos, un cura perteneciente a una comunidad católica muy antigua, a la que ingresó hace muchos años, y en la cual se ordenó de obispo.


Airmar como se llama, se hospeda en la habitación veintisiete.


Este caballero, de mirada tierna y dulce que complementa con el azul intenso de sus ojos. Apacigua con la quietud de su voz, los ánimos caldeados y la soberbia de los demonios. Inquieta su presencia, pues además de su carisma, belleza y juventud, suma la galantería que a veces confunde.


¡Y una rosa roja cae sobre las almas agónicas!



Josefina descorrió el velo de su habitación, y ante sus ojos, una hermosa rosa roja. No entendía cómo llegó justo ahí.


Es la segunda que recibe desde que llegó a la Mansión.



Mujer joven e inteligente. De mirada profunda y enternecedora. Su piel blanca y labios carnosos, hacen de su presencia un ser cautivador.


Las sensaciones que provoca su aparente inocencia, distan con su labor de espionaje en la casona. Maneja a cabalidad y maestría toda clase de armas de fuego. Utilizando para beneficio de su obra, la más letal, su inigualable belleza.


Santacruz no se ha percatado, que además de la agencia de investigación que contrató, hay personal en la Mansión, de otra cuyo eslabón desconoce.


Josefina clava su mirada en el pequeño cofre, el cual resguarda la muestra de la esencia verde aceitosa, que logró tomar de los espejos de su cuarto la noche anterior.


No entiendo que paso con el Enigma. Se supone, recogería la tarde de ayer este cofre. No he visto señal alguna de su presencia. La inquietud me está matando-murmuró para sí.

Sorbió un poco de la taza de café y hojeando uno de sus libros, se dispuso a descansar.


- Te echo de menos, señora Santacruz. Dijo de forma ininteligible. ¡Me niego a creer que algo malo te haya pasado!


Cerró el libro y encaminó al peinador. Tomó entre sus dedos el cepillo en aras de arreglar su cabello, cuando se percató que alguien o algo la observaba a través de los espejos laterales de su peinador. Sintió miedo, pero no le era permitido expresarlo. Al fin y al cabo, su labor es la de investigar lo que acontece en la casona, hasta dar con el autor o autores de la desaparición o muerte de la señora LILIANA SANTACRUZ.


Camuflando su miedo, adorno su boca con delicados versos del poeta Hernando García Mejía, en recuerdo de su amor eterno.




Todo te nombra, amor, en este instante:

El cántaro, la flor, el agua el trino,

Los árboles, las piedras del camino,

El cielo el horizonte vigilante



Todo copia tu forma cautivante,

tu rostro encantador, tu talle fino,

tu salud, tu esplendor casi divino.

tu dulcedumbre nunca declinante "




De pronto, un olor extraño se apoderó del cuarto y gran debilidad de su cuerpo. Quiso sostenerse para alcanzar la cama y no lo logró, descolgandose muy cerca de la ventana.





EL HECHICERO



Deambula en su cuarto de un lado a otro contando las horas. Por extraña razón se ha negado a escribir, a pesar de las ideas que exigen ser regurgitadas.


Son las dos de la madrugada. Se abrocha el pijama y se dirige al visualizador. Escucha pasos en la escalera. Aguza el oído y pone en alerta la visión.



Aparece en el pasillo un hombre viejo, calvo, de estatura media, de aspecto malévolo. No obstante el tiempo en la Mansión, no se había percatado de la presencia de este personaje.


Lo mira acercarse lentamente a la habitación veintidós. Introduce una llave en la ranura. No gira. Hace nuevo intento y no abre. Pasa a la puerta contigua que responde al primer intento, perdiéndose a través de ella.


Siente temor, ya que este personaje al pasar por el pasillo y a la luz de las farolas, no reflejo sombra alguna.


Cual remolino vertió su mente: la escena del gato, la esencia en los espejos, las pesadillas, las rosas rojas, el cura en la Mansión, el monje de la muerte, y demás hechos que intrigan y a la vez encajan, en ese juego siniestro, como fichas de ajedrez.

Carlota, un tanto inquieta por lo acontecido, se tumba sobre la cama quedando ipso facto

dormida.



*


Abigaíl golpea varias veces en la habitación. Nadie contesta. Opta por entrar llamando a viva voz. ¡Señora Josefina! la limpieza. Repite nuevamente, incrementado sus pupilas y poniendo el iris de sus ojos en desconcierto y extraño vaivén. De pronto, la mira tendida en el piso, pálida y sin sangre en su rostro, con un cepillo de cabello entre sus dedos. La sacude varias veces, toma el pulso y llama inmediatamente a recepción.


Don Arcadio ve la llegada de una ambulancia sin inquietarse. Parece conocer lo acontecido.


Carlota marca al celular de Josefina sin obtener respuesta.



*


La noche se ha tornado muy oscura y espesa. El sueño huye como la sombra y el aire falta en los pulmones.



Reverencia una y varias veces las imágenes que cuelgan de la pared en su habitación, en cuadros viejos y desvencijados. Responden estas, a Aleister Crowley, ocultista, alquimista, mago, poeta y escritor inglés. Conocido por algunos como Mago negro. Y la del Austriaco, Guido Von List, fundador y máximo representante de la Logia Oculta.


Encaminado a superar a sus maestros, agita con fuerza los tubos que contienen las pócimas, murmurando entre sus labios pálidos y delgados, extraños hechizos que sólo él conoce. De una de ellas, desborda un líquido espeso y verdoso como agua de pantano, que ansiando cumplir su misión, se desliza mesa abajo hasta lograr introducirse en uno de los espejos de la habitación, evaporándose ipso facto.


Mientras, Hakim el hechicero, envuelto en su capa negra, sonríe por el efecto logrado.




EL HOMBRE DE LA CAPOTA NEGRA




Un relámpago súbito ilumina la mansión. Carlota que husmea a través de la ventana, ve deslizarse en la reja de salida, a un hombre vestido con hábito negro y capota. Se mira como un monje. La agilidad del personaje le desconcierta. Su rostro no es visible. De pronto, como si se hubiese percatado que es observado, antes de dar el último salto y huir, levanta su cabeza, lanzándole una mirada certera. Ella se niega a retroceder. Por ende, ve con claridad meridiana, el rostro de un ser frenético y sin sangre en sus venas.


¡Siente escalofrío! ¿Quién es ese personaje y cómo entró a la Casona? ¿Qué busca? - Se indaga.


A causa de lo sucedido, el ambiente se ha tornado esquivo y los labios de sus moradores se cerraron. ¡Nadie habla!


La joven, remitida a una Clínica cercana, es sometida a ventilación mecánica.


Desde otro ángulo de la Casona, al monje intruso le siguen de cerca sus pasos. ¡Lo curioso! Se le vio salir, pero nadie lo miró entrar, ni qué hizo dentro de la Mansión.


En el laboratorio de investigación, el químico forense, somete a análisis riguroso la sustancia verde gelatinosa, que cae de varios de los espejos en la Mansión, y que en momento oportuno, capturara la hermosa Josefina.



*

Airmar, cómodamente sentado, hojea el libro sagrado. Una hermosa cruz mediana en oro de veinticuatro quilates con siete esmeraldas, pende de su cuello. De un momento a otro, siente que el aire falta a sus pulmones y decide salir. Si no fuera por el alzacuello blanco, lejos está para los demás, ser identificado como sacerdote. En este caso, obispo.



Antes de poner un pie fuera de la Mansión, desea visitar a Carlota. Golpea varias veces en su habitación; nadie abre. Gira la cerradura e ingresa unos pasos, dejando sobre el peinador de la escritora, una hermosa rosa roja aterciopelada.


Varias ideas rondan el intelecto del clérigo. Sentado sobre una de las bancas de la ladera de la Casona, se dispone a tomar apuntes de varias de ellas.


No sé si él es consciente de su belleza, pero Carlota sí. Ella que no le ha perdido un suspiro, lo persigue hasta en el pensamiento.


Justo ahí, tan cerquita de él, y sin percatarse, deja caer sobre la fina hoja de papel pergamino y para ese hombre prohibido, hermosos y delicados versos, que en su exhalar, desgaja, su corazón.



¡Me habitas con tu sangre!


¡Con este anhelo que desgarra mi existencia

Me sacudes, me pueblas!


¡Oh, segador de almas!

Has venido a la mía a perturbar mi calma

¡Constelación de sueños!

Esta noche te llamo, Te reclamo


¡Poséeme por siempre

Oh, tierra de olvido!



EL ENCUENTRO


Es una mujer pasional. Hasta la mínima gota en la profundidad del socavón la sacude. Sus delicadas facciones e inteligencia atraen con facilidad. Así es Carlota, la joven escritora.


Cansada del bochorno, optó por un mini sujetador y una falda larga blanca, que delinea a la perfección su cuerpo. Recogió su negro cabello con una pinza en forma de mariposa de color pastel dorado, ajustando al lóbulo de sus orejas, dos circones en forma de corazón.


Lleva al vaivén de sus pasos, la gracia y facilidad de su intelecto. Sueña con conocer al extraño visitante como le llama, pues tiene la sensación, es atrayente y jovial.



Al otro costado del mismo Valle, Aimar, logra concentrarse en sus ideas, hilvanando la maraña que lo tiene en dicho lugar.


A plenitud del cenit, Carlota camina en dirección a la banca que ocupa el clérigo. Al ver al hombre de lejos, se ha metido a su cabeza, pasar un momento divertido con él, mientras cae la tarde. Pues desconoce de quién se trata.


Se acerca lentamente, como saboreando el aire, pone la mano sobre su hombro y vocifera: Bonito día.


- Aimar levanta la mirada, y Carlota queda hechizada. La intensidad del iris de sus ojos, quietud y belleza de su rostro, le impactan.


- C- ¿Quién eres? indaga.

- A- Aimar.

- C- ¿Te hospedas acá?

- A- Si

- C- ¿En qué habitación?

- A- La veintisiete.



Carlota recibe tremendo sacudón. No desea exhibir la belleza de sus atributos, justo a un sacerdote. Pero, ahora que lo tiene frente a frente, extraña ansiedad se apodera de su ser. No sabe qué hacer:


En sus horas de soledad, y sin conocerle, le deseaba, y sabiéndolo cerca, ve con admiración, que la belleza le supera.


¡En su corazón fluye y refluye, aureola de enternecidos colores!



Y dice para sí: ¡La batalla será larga! Justo a mi lado, yace el causante de mis desvelos. ¿Es posible acaso que la vida me castigue de tal manera?


Por su parte, Aimar, haciendo a un costado su protocolo eclesiástico, murmura para sus adentros:¡Hermosa joven! ¡Dulce tentación!


Un sacerdote antes que nada, es un ser humano, con cualidades y defectos, Querer endiosar al hombre y sus debilidades humanas. ¡Craso error!


Jesús, el Cristo del amor, en su peregrinar terrenal, no exigió celibato a quienes promulgaran su palabra. Al contrario, quebró de un tajo, el egoísmo y falencias de la ley mosaica. Justicia, equidad y amor, fueron sus eslabones de libertad.


El silencio hizo mella en el ambiente. Aimar tratando de superar tal momento, comenta: Quería saber de ti, y hoy, deje en tu cuarto una rosa roja. Carlota, superando su hilaridad agradece con sus mejillas enrojecidas. Y pregunta: No deseo pecar de atrevida, quizás, grosera. Pero, ¿Porque de la rosa roja? Aimar en su inmensa ternura, contesta: La rosa roja símbolo de amor y vida, renacimiento, belleza y encanto. Ella, guarda silencio.


¡Su corazón se ha hecho nudo!



Ese momento y esos minutos entorcho de tal manera esos corazones con finalidades distintas y una sola razón, o quizás, un mismo infierno.


La escritora en su habitación, camina en círculo. Entrelaza las manos con su cabello e intercambia los anillos de sus dedos. La inquietud le atormenta. De pronto, toma un pincel, lo agita varias veces, y en un papel blanco, hace trazos ininteligibles. Repite la maniobra varias veces, hasta que ordenando sus neuronas, desgaja las siguientes líneas


¡Con éste cáliz

Que es lumbre y ceniza

No me castigues Señor!


¡Mírame...

Entre tus aleluyas estoy!


A ti, ¡Oh, júbilo de ensueño!

Te imploro

Te suplico


Aparta de mí

Esa voz, ese rostro

¡Que es trueno, que es látigo!


Y una lágrima desliza por sus mejillas.


La noche se ha partido en dos. Aimar en su cuarto, hinca la rodilla ante el Cristo de los dolores. Su tierna mirada se entrelaza con la magnificencia del Nazareno, y de su corazón, brotó un lamento.




Luz MarinaMéndezCarrillo/2019/derechos de autor reservados.




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